22 de enero de 2013

En boca cerrada

En boca cerrada no entran virus. Cuando oí estas palabras del científico al que le debía todo mis conocimientos en medicina, me puse a temblar. ¿Cómo era posible que alguien tan sabio tuviera una teoría tan simple y tan poco, sí, tan poco científica? Cerró su boca. De pronto, el catarro que estaba incubando empezó a desaparecer. Nada de toses, estornudos y de los mocos ni una noticia. Lo achaqué a la casualidad. Pero pasaron las semanas y en aquel crudo invierno caí. Temeroso ante la idea de perderme un fin de semana de amor y lujo con mi novio Fred, utilicé la técnica del científico y no solo el catarro se me pasó sino que de pronto, aquello que hacía años que me traumaba y que era mi homosexualidad, se me pasó y me metí en el baño con una revista de chicas desnudas a estrenarme en la heterosexualidad, aunque fuera en solitario. ¡Qué placer! ¡Cómo respiraba! ¡Qué gusto! ¡Cómo...! Le conté el fenómeno del catarro a mi maestro y me dijo que no le hiciera caso, que no siempre funcionaba. Me recomendó ibuprofeno y creéme que funcionó las siguientes veces. Es más he vuelto con los chicos. Ya no salgo con Fred al que cuando le dije lo de mi cambio de orientación sexual me dio un puñetazo en un ojo. Salgo con Johnny MacEnhan y con ibuprofeno, claro, no sea que por curar el catarro enferme del corazón.