14 de octubre de 2019

Señora de metro



La señora que tengo enfrente lleva un vestido de flores que oculta la gordura de unas carnes hermosas, enormes, colosales. Imagino que poco o nada dedica por la mañana a la tarea de vestirse pues  según se quita el camisón debe ponerse el vestido, y hay días en que lo habrá hecho al revés, y ya en el metro solo ella se  haya dado cuenta. Tiene el pelo corto, como esas negras llenas de erotismo que he visto en algunos cuadros, fotos y diría que hasta en persona, aunque menos, que este Madrid en que vivo es más de latinas que de africanas. Pero vamos, que el erotismo que rezuma esta señora es el de una mesa camilla, y que lo único en común con las negras es que tiene labios gruesos, que en eso la señora, si no fuera tan oronda, tendría su punto.  La dama luce un tatuaje a la altura del peroné, sí, la sexagenaria moderna tiene un sol azteca que bien pudiera haberle regalado su nieta por su cumpleaños o quizás se haya comprado ella en los chinos para lucir ante el podólogo. El tatuaje no pega mucho con las zapatillas de estar en casa con las que va. Quizás es de esas que van con zapatos de tacón en casa, y pantuflas para ir por la calle. No sé. Es una señora y merece todos mis respetos. Por muy gorda, muy fea y muy hortera que me pusiera parecer en un momento dado.

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