20 de abril de 2007

De cine

-Oye, tú, ¿qué clase de películas haces, tío? -Las que se inspiran en ti. -No lo creo. Dime un ejemplo. -Será dame un ejemplo. -Será lo que sea. Dispara. ¡Pum! Adam Sandler mató a Chaplin antes de que éste descubriera la verdad sobre el caso. Y es que ni una sola de sus películas tenía intención de homenagear al gran artista inglés. Sandler, presa del temor a desilusionar a Chaplin, prefirió matarle antes que decirle la verdad. Chaplin estaba muerto, así que recibir un disparo no le provocó más molestias que las de morirse otra vez. A los artistas de verdad no les gusta repetirse, así que fingió una muerte muy espectacular, al contrario de la que tuvo a su octogenaria edad. Sandler aplaudió al artista, quien, preso de la vanidad, no pudo menos que levantarse a saludar al público. -Gracias, muchas gracias. -Perdone, señor Chaplin, se me disparó. Ha estado usted genial. -Gracias, pero ya que no me has matado, me voy, antes de que vuelva a enfadarse con una de mis preguntas. -No, espere. Le diré la verdad. No me he inspirado en sus películas para hacer las mías. Chaplin respiró, se tomó un instante y se abalanzó para abrazarlo. Los dos cómicos se fundieron, como no podía ser de otra forma, en negro, hasta que alguien encendió las luces y les dijo que ya estaba bien de estar andorreando por ahí, que iba a cerrar y que si no salían llamaría a la policía. Podría haberlo dicho de un modo más directo, pero prefirió guardarse el arma porque les había reconocido a los dos. - ¿Me podían dar un autógrafo? Es para mi mujer. Pero no escucharon y siguieron su camino hacia fuera, sin decirse nada. Un gesto al vigilante y un hasta luego del uno al otro y del otro al uno, sin pensar en nada, si acaso en la luna que alumbraba la noche. La luna y también las estrellas.

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